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Historias reales

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Martina: 

Mi 2023 se caracterizó por sentir mucha tristeza, angustia y ansiedad. Un sentimiento que englobaba todos los momentos y relaciones de mi vida. La angustia era tal, que comencé a cuestionarme si quería seguir mi vida de estudiante en Buenos Aires o si debía volver a Neuquén a estar con mis padres, porque no lograba sentirme bien estando sola.

 

En medio de esto, mantenía una relación conflictiva donde las peleas eran parte de la rutina, y en lugar de aliviarme, la situación empeoraba mi estado emocional. Fue entonces cuando entendí que el problema no era solo externo; algo en mí no estaba bien, ya que cada situación parecía afectarme el triple. Recuerdo una pelea en particular que me dejó completamente hundida, incapaz de levantarme de la cama. Mis días se limitaban a llorar y dormir; dejé de estudiar, actuaba en piloto automático, y aunque aprobaba mis materias, ya no entendía cómo. Mi estómago se había cerrado, solo tomaba agua, porque comer no podía.  

Sabía que lo que me sucedía no era normal, y mi familia comenzó a notar mi distanciamiento. Para evitar que oyeran mi voz quebrada, dejé de enviarles audios. Finalmente, un día decidí llamar a mi mamá y le conté todo. Le dije que necesitaba ayuda y, sin dudarlo, me apoyó.

 

Y así conocí a Caro, la psicóloga que me acompañó en todo este proceso. No tuve reparo en contarle todo lo que me estaba sucediendo. “Siento un vacío en el pecho, que no lo puedo explicar. Siento una angustia constante y estoy viviendo como en automático”. Ella me guió paso a paso, dándome herramientas para manejar las situaciones que disparaban mi ansiedad y mi tristeza.

 

Antes de que sucediera todo esto, yo ya sufría de ansiedad y de ataques de pánico tan fuertes, que terminaba golpeando mis piernas, lastimándome  las palmas de las manos con las uñas por apretar muy fuerte los puños, y lo único que lograba calmarme era bañarme. 

Caro finalmente me diagnosticó depresión, y aunque con el tiempo empecé a sentirme mejor, en diciembre de 2023 tuve una recaída. Esta vez el insomnio se sumó a la tristeza, y me sentía incapaz de estudiar o de enfrentar mi vida. 

Mi mente se volvió un “no puedo más” constante. Agobiada, llamé a mis padres y les pedí regresar a casa. Al no conseguir un vuelo, tomé un colectivo y, al llegar, les dije: “Vuelvo a ser esa niña que necesita a sus papás. Intenté sobrevivir hasta llegar acá, pero ahora dependo de ustedes”.

Con el apoyo de mi hermana y mi cuñado, encontré la compañía que necesitaba sin necesidad de explicaciones constantes. Pude tomarme un tiempo para reconectar conmigo misma, pero en enero tuve que regresar a Buenos Aires.  Allí fue cuando conocí a mi Psiquiatra, él me recetó reguladores de serotonina (mal llamados “antidepresivos”). Me indico que tendría que tomar esas pastillas durante mínimo  2 o 3 semanas, y que como la mayoría de pacientes lo describe; es como si una tele rota que hace ruido todo el tiempo; se apagara. 

Y así se pasaron mis días, levantarme, desayunar y tomar la pastilla. A medida que pasaba el tiempo, complementando con las sesiones con Caro, hablando, tendiendo las herramientas, y también trabajando en mi misma, pude decir “esto no me va a ganar”.

Las cosas fueron cambiando, me alejé de mucha gente que no me sumaba, descubrí que quiero hacer y que no, que me gusta y que no. Y decidí que yo soy mi prioridad, yo decido como me quiero sentir.

La depresión cambia la forma en que vivimos cada instante, y aunque es una parte de mi vida, sé que para superarla, es necesario tener la voluntad de seguir adelante. No se puede ayudar a alguien que no quiere ser ayudado. Entiendo que quienes no han pasado por esta enfermedad puedan no comprender del todo lo que se siente, pero incluso entre quienes hemos compartido esta experiencia, cada uno lo vive de manera única.

Imagen creada por IA

Camila: 

Mi experiencia con la depresión comenzó cuando estaba terminando la primaria porque falleció mi prima, que tenía solo 17 años. Fue algo que nunca pude tratar bien. Ese duelo se extendió tanto que nunca me pude terminar de recuperar. 

 

El mismo año que falleció empecé a autolesionarme, y todo empezó a “escalar” mucho, hasta que llegamos a la pandemia -para esa época yo ya tenía ideas suicidas pero no las concretaba- y me terminé de hundir. No me levantaba de la cama para nada y comía un montón, subí más de 10 kilos. No veía a nadie, no hablaba con nadie, ni siquiera con mi familia. Era una muerte en vida.

 

En 2021, cuando se normalizaron las clases, vivía faltando al colegio porque no me podía levantar de la cama: me tuvieron que reincorporar 3 veces. Y así seguí por bastante tiempo, también con ideas suicidas, hasta que en 2023 me mudé de provincia y tuve 2 intentos de suicidio. Uno me llevó al hospital, donde me tuvieron que hacer una intervención y una baja de estómago, y llamaron a mis papás. Fue en ese momento que empecé mi tratamiento “en serio". Yo ya venía medicada desde 2022 y con psicólogos, pero eso no me terminaba de ayudar. En 2023 empecé con nuevas pastillas, nuevos psicólogos y otro enfoque, y es lo que me viene ayudando hasta el día de hoy. 

 

No volví a tener intentos de suicidio, aunque recaí varias veces en la autolesión, que es algo que hacía desde muy chica -desde los 12, ahora tengo 20-. Hoy estoy en el momento más estable en el que he estado. Tuve muchas recaídas y volvían esos pensamientos, pero es algo tratable. También he cambiado mucho mi mentalidad, y es por eso que estudio la carrera que estudio (Psicología). De momento estoy mucho mejor.

Imagen creada por IA

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